viernes, 18 de febrero de 2011

Contrapunto


Nadie parecía darse cuenta.

Incluso las luces del tráfico habían decidido que, por ahora, era más importante sostener el aliento, cerrar los ojos y esperar.

El microcosmos a su alrededor, se había detenido inexorablemente y los murmullos ahogados de todo el mundo comenzaban a acercarse y a llenarlo todo de un frenesí inquietante que antes no estaba ahí.


Era el tono de las llamadas urgentes, que saturaban las líneas telefónicas en cacofonía; o tal vez, los sollozos que llegaban demasiado tarde y la gente que se arremolinaba en contornos inconexos en la periferia. Era, tal vez, el ruido de la ciudad detenido en el fondo, por un instante efímero, atrapado en el grito disonante que profería la garganta de alguien más.

Era todo eso y, al mismo tiempo, era una nulidad incierta. Ausente.


Cientos de miradas consternadas que se desbordarían de un segundo a otro, ahora que él había olvidado del todo, lo que significaba estar ahí.

Nadie parecía darse cuenta; pero de pronto, había decidido qué era lo que quería ser cuando fuera grande.

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