domingo, 13 de marzo de 2011

...Y Bechamel

Era una catástrofe. Con un poco de suerte, fallarían las bajas esa noche. Que no los comensales descontentos.

La Varenne se frotó los ojos y suspiró con abandono. Detrás de sus párpados, bajo las luces acusicas de la cocina, arriba y abajo, todo era blanco. Incluso la salsa bechamel. El azafrán, la pimienta y otras especias altisonantes, parecían mirarlo con reprobación desde el fondo del estante.

Todo él y su censurable carrera en la cocina, se habían convertido, entonces, en un terrible accidente culinario.

Afligido, removió la mahonesa, blancuzca y descontenta como él mismo. Salpicó perversamente una obertura descompuesta de perejil y perifollo; y acuchilló a un par de champiñones que lucían particularmente contentos.

Se llevó una cucharada a la boca desganadamente y, de imprevisto, sonrió. La guillotina imaginaria Luis XIV, que parecía haberse colgado al cuello aquella noche, se retiraba contrariada hacia algún rincón apartado de su mente.

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